3/12/14

Masacre: La represión de una primavera en París, en 1871

Masacre: La represión de una primavera en París
Una descripción detallada de la destrucción sin sentido de la Comuna de París 
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Reseña del libro: "Masacre": La vida y muerte de la Comuna de París de 1871. Por John Merriman. Basic Books; 324 páginas; Universidad de Yale  (Massacre: The Life and Death of the Paris Commune of 1871. By John Merriman. Basic Books; 324 pages; $29.99. Yale University Press.)
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La represión de la Comuna de París sigue siendo difícil de comprender. Más de dos días en mayo de 1871, 130.000 soldados del ejército regular francés entró en París para suprimir un gobierno improvisado de la ciudad, que se hizo llamar:  "La Comuna".  Los historiadores todavía discuten las cifras, sobre si siete días después, el ejército había matado tal vez 10.000 comuneros, ayudantes desarmados y transeúntes desafortunados.  Los prisioneros fueron fusilados sin más. De 36.000 personas detenidas, alrededor de 10.000 fueron ejecutados, encarcelados o deportados. 
En esta obra: "Masacre", John Merriman, un historiador de la Universidad de Yale, combina dos tareas narrativas con cuidadoso arte: una visión general de los enredados antecedentes y los casos vivos desde la calle como primer plano. Todo ello, en el contexto del colapso de los ejércitos de Francia frente a una mala decisión de hacer guerra con Prusia, un año después del final del autoritario Segundo Imperio de Napoleón III. Para sellar la victoria, los alemanes sitiaron la capital. Como los suministros de alimentos empezaron a escasear en enero de 1871, los franceses fueron sometidos a sus términos, las autoridades de estado y sectores adinerados abandonaron la ciudad por temor al ejército prusiano. 
Ese fue yn momento en que ciudadanos franceses radicales se enfrentaron con un sector conservador por el control de una nueva república muy frágil.  
Entonces, los votantes cansados de la guerra elegieron un gobierno de derecha bajo Adolphe Thiers, otorgándole un mandato con prerrogativas para aceptar una dura paz alemana. 
La Comuna surgió de la sensación entre los parisinos que habían sido traicionados. Los candidatos radicales barrieron en los escaños parlamentarios. Sobre todo en los barrios más pobres al este, se rechazó los términos de esa paz, se levantaron iracundos ideales de lucha y en favor de una moratoria de las deudas de guerra, que se mezclaron con la esperanza de derechos democráticos y de una reforma social. 
Cuando, el 18 de marzo, Thiers intentó de recuperar el control de París de una milicia radicalizada, pero las unidades del ejército regular se pusieron del lado de la milicia. Entrando en pánico, Thiers apeló al ejército y al gobierno que se había radicado en Versalles.  Las autoridades del Estado, se habían retirarado de la capital, París, en donde se eligió a un gobierno propio, una Comuna de alrededor de 90 miembros, aunque a unos 20 de los distritos más ricos se les negó sus asientos. 
La autonomía de los radicales de París, fue vista por los conservadores de Versalles como una revolución.  La confrontación entre Versalles, de los ricos, que buscaban restaurar el orden político, frente a los Comuneros de París, se convirtió en una auténtica lucha de clases. Aun cuando, la Comuna no era ni socialista ni proletaria. Sus miembros eran en su mayoría artesanos autónomos o profesionales menores. Estos grupos emergentes, se guiaron por ideales anarquistas y utópicos, que resonaron en los clubes políticos. La Comuna sí quería autonomía civil y eliminar los agravios que perjudicaban a los artesanos y las pequeñas empresas.  Duró tan sólo 72 días, poco tiempo para lograr objetivos de largo alcance, aunque lo suficiente para que Thiers pudiera reagruparse y aplastar el gobierno de una insurgencia espontánea, aunque había logrado mucho, en ese corto tiempo. 
Merriman hace un buen trabajo de mostrar la Comuna en cuestiones muy puntuales, así como en un plano general.  Usando las palabras de los presentes, que cuentan la historia desde la calle, del día a día, y, durante la semana sangrienta, casi hora por hora. Los rumores vuelan, las decisiones se toman a ciegas y son revocadas luego de que se han llevado a cabo. Horrores ocurren en cada esquina de cada calle. Aun cuando, no muy lejos de estos horrores, almorzaban otros parisinos cómodamente, sin participar en las revueltas. 
Como un sombrío cuento, es la narración de Merriman, sobre esa última semana, que describe como se desarrolla el salvajismo del gobierno, el cual parece cada vez más desquiciado. El resultado militar nunca estuvo en duda. los Comuneros fueron superados en número más de ocho a uno. No obstante, aplastar la Comuna no restauró la monarquía o evitó que se descarrilara la República. 
Al cabo de una década, los condenados fueron amnistiados. A partir de 1880, los objetivos liberales y democráticos de la Comuna fueron aceptados dentro de la política republicana francesa. La masacre se muestra desde esa perspectiva, casi sin sentido, salvo en los recuerdos de la memoria partidista, no tuvo efectos duraderos. El miedo y la ira, en fin, parece que  triunfaron. 
Sectores derechistas, el gobierno y la prensa dibujaron una caricatura espeluznante de la gente común y luego inventaron su propia historia. Los comuneros fueron vilipendiados en los periódicos parisinos como traidores y degenerados. Imágenes histéricas se representaron en los libros que dieron cuenta de la masacre, más bien como un castigo a los crímenes de los Comuneros, por sus destrozos, por el asesinato de rehenes clericales, la quema de símbolos de París. Aunque dolorosos, esos excesos palidecían en comparación con las represalias en contra de los comuneros. 
La narración de Merriman se diversifica, dejando a los lectores a encontrar su camino a través de un bosque de posibles interpretaciones. El gran mérito de "Masacre" es centrar la atención sobre la gran indignación moral que despierta,  un acto perpetrado por un Estado moderno y una sociedad supuestamente civilizada contra sus propios ciudadanos. En el recuento del Merriman, la Comuna de París es un recordatorio de que las peores villanías son posibles una vez que has deshumanizado a tu oponente.
Fuente original en inglés
“Spring uprising” / The Economist / http://econ.st/12vKxxt
A detailed account of the wanton destruction of the Paris Commune
Nov 29th 2014 | From the print edition
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Massacre: The Life and Death of the Paris Commune of 1871. By John Merriman. Basic Books; 324 pages; $29.99. Yale University Press.
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THE crushing of the Paris Commune is still hard to comprehend. Over two days in May 1871, 130,000 troops from the regular French army entered Paris to suppress an improvised city government calling itself La Commune. Historians still dispute the figures, but seven days later the army had killed perhaps 10,000 defenders, unarmed helpers and hapless bystanders. Prisoners were shot out of hand. Of 36,000 people arrested, around 10,000 were executed, imprisoned or deported.
In “Massacre”, John Merriman an historian at Yale University, combines two narrative tasks with considerable art: an overview of the tangled background and vivid close shots from the street. The collapse of France’s armies in an ill-chosen war with Prussia a year earlier had finished off Napoleon III’s authoritarian Second Empire. Radical French cities vied with a conservative countryside for control of a fragile new republic. To seal victory, the Germans besieged the capital. As food supplies ran low in January 1871, the French sued for terms. War-weary voters chose a right-wing government under Adolphe Thiers, granting him a mandate in effect to accept a harsh German peace.
The Commune sprang from the sense among Parisians that they had been betrayed. Radical candidates had swept its parliamentary seats. Especially in the poorer quartiers to the east, revulsion at the peace, dreams of fighting on and anger at the lifting of a wartime moratorium on debts mingled with hopes for democratic rights and social reform.
When, on March 18th, Thiers fumbled an attempt to regain control in Paris from a radicalised militia, units of the regular army sided with the militia. In some panic, Thiers recalled the army and the government to Versailles. State authority having been withdrawn from the capital, Paris elected a self-governing Commune of around 90 members, though about 20 from wealthier arrondissements refused their seats. What radical Paris saw as autonomy, conservative Versailles regarded as revolution. What to Versailles was the restoration of political order, the Commune took for class war by the rich.
The Commune was neither socialist nor proletarian. Its members were mostly self-employed artisans or minor professionals. Anarchist and Utopian talk rang in political clubs. The Commune itself wanted civic autonomy and to remove grievances that hurt craftsmen and small businesses. It lasted 72 days, scant time to achieve anything, though long enough for Thiers to regroup and crush a spontaneous insurgency his government had done much to bring about.
Mr Merriman does a fine job of showing the Commune in close as well as wide shot. Using the words of those present, he tells the story from street level, day by day, and, in la semaine sanglante itself, almost hour by hour. Rumours fly, decisions are taken blind and countermanded after they have been carried out. Horrors occur on one street corner. Not far off a comfortable Parisian notes what he ate for lunch.
As Mr Merriman’s grim tale of the final week unfolds, the government’s savagery looks increasingly deranged. The military result was never in doubt. The Communards were outnumbered more than eight to one. Crushing the Commune did not restore the monarchy or derail the republic. Within a decade, those convicted were amnestied. From 1880 on the Commune’s liberal and democratic aims were accepted republican policy. The slaughter appears in that light almost purposeless and, save in partisan memory, without lasting effects.
Fear and anger, in short, seem to have taken charge. Right-wing voters, government and press painted themselves a lurid caricature of the common people and then believed their own invention. Troops were given newspapers vilifying Parisians as traitors and degenerates. Hysterical images lived on in books that treated the slaughter as due punishment for Communard crimes—shooting officers, murdering clerical hostages, burning Paris landmarks. Though grievous, those excesses paled in comparison with the reprisals.
Mr Merriman’s tale grows tangled at times, leaving readers to find their path through the thickets. The great merit of “Massacre” is to focus attention on the enormity of the moral outrage perpetrated by a modern state and a supposedly civilised society against its own citizens. In Mr Merriman’s retelling, the Paris Commune is a reminder that the worst villainies are possible once you have dehumanised your opponent.




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