9/6/15

Constantino Láscaris: El tabú del sexo en la cultura occidental (1978)(Audio/Conferencia)

Constantino Láscaris: El tabú del sexo en la cultura occidental
El tabú del sexo en la cultura occidental, tema abordado por Constantino Láscaris, a partir de la obra psicoanalítica de Sigmund Freud. Conferencia impartida en la Escuela de Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica, en el año, 1978, un año antes de su muerte


Constantino Láscaris, por Roberto Murillo

Afortunadamente para quienes ingresamos en la Universidad de Costa Rica en los últimos años cincuenta, Rodrigo Facio era un rector con ideas y con la voluntad de ponerlas en práctica. Una de sus más felices obras fue su viaje a Europa, en compañía del presidente Figueres, para buscar profesores excelentes.

El mejor de los resultados de aquella acción fue la venida sin retorno de Constantino Láscaris como director de Filosofía. Tenía, al decir de su colega y amigo Teodoro Olarte, apenas el indispensable volumen físico para no ser declarado ente metafísico.

Amigo del diálogo amistoso hasta muy entrada la noche, se levantaba tarde y prefería el café de la universidad a la oficina, lo que entonces, como ahora, no agradaba a la burocracia miope. Su obra efectiva de aquellos años no tiene precio: el país entero escuchaba sus conferencias semanales transmitidas por la Radio Universidad, los alumnos las oían de viva voz y las leían impresas, visitaba los cantones, impartía seminarios sobre Platón y Aristóteles a los profesores asociados. Se prodigaba y a veces parecía que, contra el mandamiento, amaba a su prójimo más que a sí mismo.



En algún momento pensamos que Constantino había dejado la filosofía por la historia del pensamiento. Con fina ironía, alegaba socráticamente que su función no era dar a luz la verdad, sino inducir mayéuticamente a otros a hacerlo.

Libertad. Hay algo que se puede destacar como su constante filosófica y personal: su indeclinable fidelidad a una palabra de Anaximandro parafraseada en sus lecciones y en sus escritos: “La vida es meditación y la libertad que de esta se deriva”. Nunca fue para Láscaris la razón argumento contra la libertad, ni esta refutación de aquella. En lo demás, fue sorprendente y paradójico, declarándose a veces platónico y, hacia el final de su vida (murió a los 55 años), materialista “craso” (no dialéctico).

Tengo el sentimiento de que Constantino vive todavía y me parece escuchar su voz, clara y cordial, persuadiéndonos de la perfecta coherencia entre la intuición del ser, la libertad del yo pensante y la importancia del desarrollo tecnológico, como en la conocida metáfora cartesiana del árbol del conocimiento.

Poco después de su llegada a Costa Rica, quiso Láscaris enterarse dignamente de su hábitat y emprendió la investigación del desarrollo de las ideas en el país, sin que nadie le diera aquí grandes esperanzas al respecto. Un tiempo después, hizo otro tanto con las ideas en Centroamérica. De allí resultaron dos obras fundamentales, reveladoras de su penetración y generosidad frente a lo nuestro.

La gran cultura de Láscaris, su extraordinario sentido histórico, su simpatía por el liberalismo de corte francés, su respeto por la ontología como núcleo del filosofar, transparecen en esas obras de historia del pensamiento, como en sus Estudios de filosofía moderna .

Advertencias. De un optimismo ilimitado en relación con Costa Rica, vio el peligro mayor, que hoy no ha hecho más que confirmarse, asechando a la patria: el de la pérdida de las raíces. En 1975 escribió:
“Costa Rica se enfrentará en los próximos decenios con la tarea de convertirse de Estado pequeño en Estado de exigencias grandes, por el crecimiento de la población y por la necesidad de industrializarse. Entonces corre un peligro, el de dejar de ser-se, perdiendo su idiosincrasia en un internacionalismo irreflexivo” (Desarrollo de las ideas en Costa Rica, ECR, 1975, p. 18).
Decía Láscaris que, al cruzar el Atlántico hacia el oeste, un hombre siente que se ha hecho más viejo y, en política, más izquierdista: así lo ven sus nuevos prójimos americanos. De esta manera Constantino fue, en Costa Rica, un viejo liberal de izquierda, al menos hasta el final de los sesenta y mientras intentó, con su maestro Jean-Paul Sartre, pasar a pie enjuto del existencialismo a cierto marxismo libertario (el de los “marxianos”).

Pero Láscaris sabía bien que el marxismo es un peligroso descendiente de la Ilustración y que la dictadura de partido puede desembocar en el oscurantismo y en la inhumanidad.

Por ello, por haber visto en nuestras universidades amagos poco felices de intransigencia institucionalizada, dedicó Láscaris sus últimos años a la defensa de la libertad individual, comenzando por la más radical, la de pensamiento; pero siempre acentuó la diferencia entre su liberalismo estatista de orientación francesa y el neoliberalismo de los manchesterianos: el suyo fue un ideario humanista vinculado con la paideia griega.

Epicúreo. Como madrileño y un poco parisino, como socrático, Láscaris era un hombre de ciudad y de tertulia. No pudiendo tomar vino en los trópicos, no dejaba la taza de café ni los cigarrillos sin filtro; pero, a partir de sus cuarenta y cinco años, se dio cuenta de la enorme riqueza pagana de la naturaleza en Costa Rica.

Para seguir los pasos de Platón en el El sofista, se hizo pescador con caña, sintiendo en la pesca algo parecido al asedio de los arduos problemas filosóficos, como el de esta nada radical de la que fue haciéndose riesgoso amante. Disfrutó con voluptuosidad de las delicias de la playa Santa Elena, de Cahuita, de las islas del lago de Nicaragua. Cantó al eros tropical en un poemario suyo poco conocido, De Salomón a Demóstenes Smith.

A una sociedad de nuevos ricos, pagados de naderías, pareció a veces cínico pues decía que a él no le importaban para nada los ricos, ni él a ellos. Él se sentía epicúreo. A nosotros nos parecía estoico.

Hoy, ya lejano el doloroso trauma de su muerte, evocamos en él su pensamiento penetrante, siempre dialógico, su libertad contagiosa y, en la tradición homérica, su sonrisa que, al decir de Enrique Macaya, no sabíamos si era la de la antigua Grecia o la sonrisa de Voltaire .

Fuente: 
Roberto Murillo Zamora: Constantino Láscaris. La Nación el 18 de junio de 1989

Ver también:
Ver además (descargables en PDF).



No hay comentarios:

Publicar un comentario