15/6/15

Immanuel Kant: Crítica de toda teología fundada en los principios especulativos de la razón (+PDFs)

"Todo ha de someterse a la crítica. Pero la religión y la legislación pretenden de ordinario escapar a la misma. La religión a causa de su santidad, y la legislación a causa de su majestad. Sin embargo, al hacerlo, despiertan contra sí mismas sospechas justificadas y no pueden exigir un respeto sincero, respeto que la razón sólo concede a lo que es capaz de resistir su examen libre y público."
Prólogo a la primera edición
Crítica de la razón pura 
Immanuel Kant

Kritik der reinen Vernunft(KrV)
(1781/1787)

Crítica de toda teología fundada 
en los principios especulativos de la razón

Si entiendo por teología el conocimiento del ser originario, se trata, o bien del conocimiento basado en la simple razón (theologia rationalis), o bien del basado en la revelación (revelata). La primera concibe su objeto, o bien a través de la razón pura, mediante simples conceptos trascendentales (ens originarium, realissimum, ens entium),y se llama teología trascendental, o bien lo concibe, a través de un concepto tomado de la naturaleza (de nuestra alma), como inteligencia suprema, y entonces debería llamarse teología natural. Quien sólo admite una teología trascendental se llama deísta; quien acepta, además, una teología natural recibe el nombre de teísta. 
El primero admite que podemos conocer en todo caso la existencia de un ser originario mediante la mera razón, pero sostiene que nuestro concepto del mismo es sólo trascendental, a saber, el de un ser que posee toda la realidad, pero que no podemos determinar más detalladamente. El segundo afirma que la razón es capaz de determinar más detalladamente el objeto por analogía con la naturaleza, a saber, como un ser que, a través del entendimiento y la libertad, contiene en sí el fundamento primario de todaslas demás cosas. Aquel se representa, pues, una simple causa del mundo (quedando sin decidir si lo es por necesidad o lo es libremente); éste se representa, en cambio, un creador del mundo.
La teología trascendental, o bien intenta derivar la existencia del ser originario a partir de una experiencia en general (sin especificar nada más acerca del mundo al que tal experiencia pertenece) y se llama cosmoteología, o bien cree conocer la existencia de dicho ser sin apoyo de experiencia ninguna, por medio de simples conceptos, y se llama ontoteología.
La teología natural infiere las propiedades y la existencia de un creador del mundo partiendo de la constitución, orden y unidad que encontramos en ese mismo mundo, en el cual tenemos que suponer dos clases de causalidad, con sus reglas, es decir, la naturaleza y la libertad. La teología natural se eleva, pues, desde este mundo a la inteligencia suprema, considerándola como el principio de todo orden y perfección, ya sean naturales, ya sean éticos. En el primer caso se llama teología física; en el segundo, teología moral(*).
Dado que suele entenderse por el concepto de Dios, no una naturaleza eterna que obre ciegamente, como raíz de las cosas, sino un ser supremo que consideramos creador de las mismas mediante el entendimiento y la libertad; dado, ademas, que es ese concepto el único que nos interesa, podríamos, en rigor, negar al deísta su creencia en Dios y admitirle únicamente la afirmación de un primer ser o causa suprema. Sin embargo, como no puede acusarse a nadie de pretender negar algo que no se atreve a afirmar, es más benévolo y justo decir que el deísta cree en Dios, mientras que el teísta cree en un Dios vivo (summa intelligentia). Vamos a investigar ahora las posibles fuentes de todas estas tentativas de la razón.
Me limitaré a definir aquí los conocimientos teórico y práctico del modo siguiente: el teórico es aquel en virtud del cual conozco lo que es; el práctico es aquel en virtud del cual me represento lo que debe ser. 
De acuerdo con esto, el uso teórico de la razón es aquel mediante el cual conozco a priori (como necesario) que algo es, mientras que el práctico es aquel por medio del cual se conoce a priori qué debe suceder. Ahora bien, si es indudablemente cierto, pero sólo de modo condicionado, que algo es o que algo debe suceder, entonces, o bien puede haber respecto de ese algo una determinada condición absolutamente necesaria, o bien debe suponerse tal condición como arbitraria y contingente. En el primer caso se postula la condición (per thesin); en el segundo la suponemos (per hypothesin). Hay leyes prácticas que son absolutamente necesarias (las morales); si estas leyes suponen necesariamente alguna existencia como condición de posibilidad de su fuerza obligatoria, esa existencia ha de ser postulada, ya que lo condicionado de donde partimos para deducir esa condición determinada es, a su vez, conocido a priori como absolutamente necesario
Más adelante mostraremos que las leyes morales no sólo presuponen la existencia de un ser supremo, sino que, al ser ellas mismas absolutamente necesarias desde otro punto de vista, lo postulan con razón, aunque, claro está, sólo desde una perspectiva práctica. Por el momento dejaremos a un lado esta deducción.
Cuando tratamos sólo de lo que es (no de lo que debe ser) concebimos lo condicionado que se nos da en la experiencia como algo contingente. En consecuencia, la condición de este algo no puede, partiendo de esta base, ser conocida como absolutamente necesaria, sino que nos sirve tan sólo de hipótesis capaz de llevarnos al conocimiento racional de lo condicionado, una hipótesis relativamente necesaria, o mejor, teóricamente la necesidad absoluta de una cosa, ello sólo puede ocurrir a base de conceptos a priori, pero nunca podemos conocer esa necesidad como causa de una existencia empíricamente dada.
Un conocimiento teórico es especulativo cuando se refiere a un objeto o a conceptos de un objeto que no pueden ser jamás alcanzados en ninguna experiencia. A él se opone el conocimiento de la naturaleza, que no se refiere a otros objetos o predicados de objetos que a los susceptibles de darse en una experiencia posible.
El principio que infiere una causa a partir de aquello que sucede (de lo empírico contingente), considerado como efecto, es un principio del conocimiento de la naturaleza, no del conocimiento especulativo. En efecto, cuando se prescinde de él como de un principio que contiene la condición de la experiencia posible en general y se lo quiere aplicar, eliminando todo lo empírico, a lo contingente en general, no queda nada que justifique semejante proposición sintética, nada que nos haga ver cómo podemos pasar de algo que está ahí a algo completamente distinto (llamado causa). Es más, el concepto de causa, igual que el de lo contingente, pierde en este uso meramente especulativo todo significado cuya realidad objetiva pueda comprenderse en concreto.
Cuando se infiere la causa del mundo partiendo de las cosas que hay en él, se emplea la razón en su uso especulativo, no en su uso natural. En efecto, lo que éste último refiere a alguna causa no son las cosas mismas (sustancias), sino sólo lo que sucede, es decir, los estados de esas cosas en cuanto algo empíricamente contingente.
Que la sustancia misma (la materia) es contingente, en lo que a su existencia se refiere, tendría que ser un conocimiento racional meramente especulativo. Pero incluso si se tratara tan solo de la forma del mundo, de su tipo de cohesión y de su cambio, y quisiéramos inferir de todo ello una causa completamente distinta del mundo, de nuevo tendríamos un juicio de la razón meramente especulativa, ya que el objeto inferido no sería el de una experiencia posible. Y al hacer esta inferencia, el principio de causalidad, que sólo es aplicable en el campo empírico y que, fuera de este campo, carece de uso e incluso de significado, se desvía completamente de su finalidad.
Sostengo, pues, que todas las tentativas de una razón meramente especulativa en relación con la teología son enteramente estériles y, consideradas desde su índole interna, nulas y vacías; que los principios de su uso natural no conducen a ninguna teología; que, consiguientemente, de no basarnos en principios morales o servirnos de ellos como guía, no puede haber teología racional ninguna, ya que todos los principios sintéticos del entendimiento son de uso inmanente, mientras que el conocer un ser supremo requiere hacer de ellos un uso trascendente para el que nuestro entendimiento no está equipado.
Para que el principio de causalidad, con validez empírica, nos condujera a un primer ser, éste tendría que formar parte de la cadena de objetos empíricos. Pero, en este caso, sería, a su vez, condicionado, como todos los fenómenos. Incluso suponiendo que fuera lícito saltar más allá de los límites de la experiencia mediante el principio dinámico de la relación entre los efectos y sus causas, ¿qué concepto podríamos obtener de este procedimiento? Desde luego, ninguno del ser supremo, ya que la experiencia nunca nos ofrece el mayor entre los efectos posibles (es en calidad de tal como tiene que dar testimonio de su causa). Supongamos, con el único fin de no dejar hueco ninguno en nuestra tazón, que se pueda suplir esta falta dé determinación completa mediante la simple idea de una perfección suprema y de una necesidad originaria. Tal hipótesis es aceptable a título de favor, pero no es exigible como derecho basado en una demostración incontestable. Así, pues, la prueba fisicoteológica podría tal vez reforzar otras pruebas (si es que las hay) por el hecho de unir especulación e intuición. Pero, por sí sola, más que concluir la tarea, lo que hace es preparar el entendimiento para el conocimiento teológico, orientándolo, en este sentido, recta y naturalmente.
De ello se desprende claramente que las cuestiones trascendentales sólo permiten respuestas trascendentales, es decir, respuestas construidas con meros conceptos a priori sin ingrediente empírico alguno. La cuestión es en este caso evidentemente sintética y exige una ampliación de nuestro conocimiento hasta más allá de todos los límites de la experiencia, esto es, hasta llegar a la existencia de un ser que corresponda a nuestra simple idea del mismo, idea que ninguna experiencia puede igualar. Ahora bien, según hemos probado antes, el conocimiento sintético a priori sólo es posible en la medida en que expresa las condiciones formales de una experiencia posible. En consecuencia, todos los principios poseen una validez puramente inmanente, es decir, no se refiere más que a objetos del conocimiento empírico o fenómenos. Mediante el procedimiento trascendental no se consigue, pues, nada con respecto a la teología de una razón meramente especulativa.
Aunque se prefiera poner en tela de juicio todas las anteriores pruebas de la analítica, antes que dejarse arrebatar la fuerza persuasiva de los argumentos tanto tiempo empleados, no se me podrá negar mi exigencia de justificar al menos cómo y por medio de qué iluminación se atreve uno a volar por encima de toda experiencia posible basándose en el poder de meras ideas. Yo pediría que nadie me viniera con nuevos argumentos o con los viejos remozados. Es cierto que no hay mucho que elegir en este terreno, ya que todas las demostraciones meramente especulativas desembocan en una sola, que es la ontológica, y no hay, por tanto, razones para temer excesivas molestias de parte de los dogmáticos abogados de esa razón liberada de los sentidos. Aun así, y sin por ello presumir de cornbativo, no voy a rehuir el desafío a descubrir la falacia subyacente a toda tentativa de esa clase y a frustrar así su arrogancia. Sin embargo, no por esto pierden jamás del todo la esperanza de mejor suerte quienes están ya acostumbrados a la persuasión dogmática. Por ello me atengo a esta única exigencia razonable: que se justifique, en términos universales y partiendo de la naturaleza del entendimiento, así como de todas las demás fuentes cognoscitivas, cómo es posible ampliar el conocimiento propio completamente a priori y extenderlo hasta donde ninguna experiencia posible alcanza, hasta allí donde, consiguientemente, no hay medio alguno suficiente para garantizar realidad objetiva a un concepto producido por nosotros mismos. Sea cual sea el modo según el cual llega el entendimiento a tal concepto, es imposible encontrar en él, analíticamente, la existencia del objeto al que se refiere, ya que conocer la existencia del objeto consiste precisamente en poner éste en sí mismo, fuera del pensamiento. 
Ahora bien, es completamente imposible salir de un concepto partiendo de él sólo; es igualmente imposible descubrir nuevos objetos y seres trascendentes (-überschwenglicher Wesen-) sin seguir la conexión empírica (mediante la cual no se nos dan más que fenómenos).
Sin embargo, aunque la razón, en su uso meramente especulativo, esté muy lejos de ser capaz de concluir un proyecto tan grande, es decir, de llegar a la existencia de un ser supremo, tal proyecto no deja de prestarle un importante servicio, en el sentido de corregir el conocimiento de ese ser en el caso de que este conocimiento fuese derivable de otras fuentes; en el sentido de hacerlo concordar consigo mismo y con toda perspectiva inteligible; en el sentido de depurarlo de todo cuanto sea incompatible con el concepto de un ser supremo y de toda mezcla de limitaciones empíricas.
De acuerdo con ello, la teología trascendental sigue poseyendo, independientemente de toda su insuficiencia, un importante uso negativo, siendo una permanente censura de la razón, al no ocuparse ésta más que de ideas puras que, precisamente por serlo, no permiten que se las mida sino a escala trascendental. En efecto, si la suposición de un ser supremo y omnisuficiente, como inteligencia suprema, proclamara su validez indiscutible desde otra perspectiva —tal vez la práctica—, sería de la mayor importancia determinar con exactitud este concepto en su perfil trascendental, como concepto de un ser necesario y realísimo, eliminando cuanto se opone a la realidad suprema, cuanto pertenece al simple fenómeno (al antropomorfismo en sentido amplio) y haciendo desaparecer, al mismo tiempo, todas las afirmaciones contrapuestas, sean ateas, deístas o antropomórficas. Es muy fácil esta tarea en semejante tratamiento crítico, ya que los mismos motivos en virtud de los cuales se demuestra la  incapacidad de la razón para afirmar la existencia de ese ser, tienen que ser suficientes para probar lo inadecuado de toda afirmación en sentido  contrario. En efecto, ¿de dónde se va a sacar, por pura especulación de la razón, el conocimiento de que no hay un ser supremo como fundamento primario de todo; o de que no le conviene ninguna de las propiedades que, por sus consecuencias, nos representamos como análogas a las realidades dinámicas de un ser pensante; o de que, en el caso de que le convengan, tienen que estar sometidas a todas las limitaciones que la sensibilidad impone inevitablemente a las inteligencias que conocemos a través de la experiencia?.  El ser supremo se queda, pues, en mero ideal del uso meramente especulativo de la razón, aunque sea un ideal perfecto, concepto que concluye y corona el conocimiento humano entero  y cuya realidad objetiva no puede ser demostrada por este camino, pero tampoco refutada. Si tiene que haber una teología moral capaz de suplir esta deficiencia, la antes meramente problemática teología trascendental se revela indispensable debido a que determina su concepto y censura permanentemente una razón que a menudo es engañada por la sensibilidad y que no siempre está en armonía con sus propias ideas. La necesidad, la infinitud, la unidad, la existencia fuera del mundo (no como alma del mundo), la eternidad sin condiciones de tiempo, la ubicuidad sin condiciones de  espacio, la omnipotencia, etc., no son más que predicados trascendentales y, por ello mismo, su concepto depurado, tan necesario a toda teología,  sólo puede ser extraído de la teología trascendental.
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(*) Nota de Kant: No moral teológica, ya que ésta contiene leyes éticas que presuponen la existencia de un supremo gobernador del mundo. La teología moral es, en cambio, una convicción —basada en leyes éticas— de la existencia de un ser supremo. 

Fuente: 
Crítica de toda teología fundada en los principios especulativos de la razón
Immanuel Kant. Capítulo VII. Sección III. Sección Segunda. Libro Segundo. 
Dialéctica trascendental.Libro II. Lógica Trascendental.
Crítica de la razón Pura (Kritik der reinen Vernunft, 1781/87)
Traducción Pedro Ribas. Editorial Taurus 

Crítica de la Razón Pura(Descargables/versiones/traducciones)(PDF)



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