19/10/14

El arte de la regulación de los mercados, Jean Tirole


El arte de la regulación de los mercados, Jean Tirole (Nobel en Economía 2014)

Jean Tirole ha ganado el premio Nobel de Economía por su trabajo sobre la competencia 

Garantizar que las empresas compitan justamente es un negocio difícil. Las empresas están reguladas y saben mucho más acerca de su negocio que aquellos que realizan la regulación; burócratas quienes pueden fácilmente terminar siendo demasiado torpes o demasiado laxos.  El 13 de octubre Jean Tirole, un economista francés de la Escuela de Economía de Toulouse, fue galardonado con el premio Nobel de Economía por su trabajo sobre este enigma: "la organización industrial",  en su jerga.

Tirole comenzó a publicar en la década de 1980s, cuando muchos gobiernos estaban ocupados en las privatizaciones de grandes partes de sus economías, desde las telecomunicaciones hasta el transporte. Pronto se hizo evidente que las nuevas industrias liberalizadas podrían no llegar a ser mercados perfectamente competitivos. 

Junto con Jean-Jacques Laffont, un compañero frecuente, -que podrían haber compartido el premio sino hubierra muerto en 2004-, Tirole ha desarrollado una nueva forma de pensar acerca de las dificultades que enfrentan los reguladores de la gestión de tales mercados.

Considérese la posibilidad de una empresa de telecomunicaciones que ya ha logrando construir una gran red. Será poco probable que otras firmas inviertan en una segunda red, pues llevaría a una guerra de precios entre las dos empresas, lo que haría más difícil recuperar la inversión. Como un "monopolio natural",  se les presenta a los reguladores este problema. Ellos no quieren que los monopolistas agobien a los consumidores y terminen por sofocar cualquier posible innovación, sin embargo, a menudo tienen dificultades para determinar el grado en que este tipo de cosas están sucediendo.

Los funcionarios que tratan de domar los monopolios carecen de información importante acerca de su negocio: un fenómeno que los economistas llaman "información asimétrica". Desde fuera él considera que es difícil ver cuánto debería costar un servicio o la cantidad que una empresa debe tener en la inversión de nuevos productos y equipos.Una opción para los gobiernos es regular los precios con base en algún tipo de seguimiento de los costos de una empresa. Pero eso le quita el incentivo para que las empresas sean más eficientes. Otra opción es imponer un precio máximo. Pero a continuación, las empresas buscarán un modo eficiente de obtener ganancias con ese precio máximo, en lugar buscar esas ganancias en los mercados, reduciendo los precios a los consumidores. 

Tirole y Laffont se dieron cuenta de este dilema se asemeja a un problema económico más familiar, el de la agencia, en la que los propietarios de los activos se esfuerzan por establecer los incentivos adecuados para aquellos que los manejan. Eso los llevó a tomar ideas de otros campos, como el diseño de subastas y la teoría de juegos. Entonces propusieron que en lugar de tratar de obligar a las empresas a una única forma de contrato, los reguladores deberían darles una opción. Los que no tienen mucho espacio para recortar costos optarían por contratos de margen fijo, mientras que las empresas más innovadoras podrían gravitar hacia un precio fijo. En cualquier caso, la elección sería que los reguladores propusiesen que tipo de empresa es en la que deberían ocuparse, y así poder negociar la mejor oferta para los consumidores.

Tirole, junto con Laffont y Xavier Freixas, también mostraron que la mejor solución posible, no es siempre aquella empresa que lleva a los precios más bajos. Un regulador con espíritu público, considera que una empresa que ha sido eficiente en la reducción de costes puede tener la tentación de seguir reduciendo los precios que la empresa podría cobrar, con la esperanza de lograr aún mayores reducciones de costos fuera del negocio en sí. Pero en esas circunstancias una empresa racional dejará de invertir en medidas de reducción de costos del todo, desde el momento que beneficios por parte de los consumidores no la sigan, debido a este constante truco de bajar el punto límite de precios. 

La mejor apuesta de un regulador puede ser en realidad, mostrar su intención de ser un poco indulgente con el tiempo, para que no se ahogue la innovación, por razón de ahorrar costes por completo. El trabajo de Tirole a menudo se muestra cómo lo que parece ser el fracaso regulatorio puede ser en realidad una respuesta sensata a los mercados que son difíciles de manejar.

El trabajo de Tirole se extiende mucho más allá de la regulación de los monopolios. Analizó también cómo la inversión en nueva tecnología se puede utilizar para limitar la competencia. La "sobreinversión" puede convencer a los posibles rivales que no vale la pena tratar de competir, por ejemplo. 

Más recientemente, ha escrito extensamente sobre la regulación de los mercados financieros. En un artículo premonitorio publicado en 1996 con Jean-Charles Rochet, señaló que la interconexión de los sistemas financieros modernos haría imposible que los gobiernos permitieran que grandes bancos quiebren, y que los bancos, anticipándose a los rescates, se comportarían imprudentemente.  La regulación debe ser diseñada para contrarrestar este riesgo moral, mediante, por ejemplo, limitar el apalancamiento.

Coberturas competitivas

Sin embargo, su obra más relevante puede ser su análisis de los mercados "plataforma" que sirven para varios tipos de consumidores. Un periódico, por ejemplo, se comercializa para lectores y anunciantes. En tales mercados, un comportamiento que parece contrario a la competencia podría ser: tener suscripciones a precios ajustadísimos y que pudiesen ser necesarios para atraer a la gran demanda de las audiencias a los anunciantes. Una regulación que exigía precios más altos para los lectores para hacer la vida más fácil para los potenciales competidores podría arruinar el mercado en ambas partes, y por lo tanto dejar a todos en peor situación. Grandes empresas de tecnología como Amazon y Google, que proporcionan plataformas para los usuarios de varios tipos, cada vez más se encuentran defendiéndose de las críticas en tan sólo este tipo de casos.

Presenta argumentos que cuestionan la  "neutralidad de la red" en los cuales toca temas relacionados. En los mercados en los que el propietario de una red vende el acceso a esa red a los demás, a la vez que compite con ellos para proporcionar servicios en la red para los consumidores, puede ser difícil identificar el comportamiento injusto. El trabajo de Tirole sugiere que los propietarios de la red deben ser autorizados a cobrar precios más altos de acceso a los grandes consumidores (como los servicios de transmisión de películas) para cubrir los costos que impone el mantenimiento de la infraestructura. Sin embargo, su investigación también sugiere que el propietario de un red puede abusar fácilmente de dichos cargos para impulsar su posición en el mercado de consumo. Aunque Tirole no ofrece ninguna plantilla simple para la regulación de este tipo de plataformas,  identifica claramente las muchas disyuntivas que los reguladores enfrentan.

La gestión de la competencia es dura, en otras palabras, y los reguladores de industrias politizadas a menudo agregan dificultades para hacerlo bien. En un campo predispuesto a las sobre-simplificación, el trabajo de Tirole ha sido un refrescante punto de partida, así como una guía política indispensable.

Ver también:

Scientific Background on the Sveriges Riksbank Prize in Economic Sciences in Memory of Alfred Nobel  2014 




ENGLISH VERSION

Jean Tirole has won the Nobel prize in economics for his work on competition

MAKING sure companies compete fairly is a tricky business. The firms being regulated know far more about their business than those doing the regulating; bureaucrats can easily end up being too heavy-handed or too lax. On October 13th Jean Tirole, a French economist at the Toulouse School of Economics, was awarded the Nobel prize in economics for his work on this conundrum—“industrial organisation”, in the jargon. Mr Tirole began publishing in the 1980s, when many governments were busy privatising big parts of their economies, from telecommunications to transport. It quickly became clear that the new, liberalised industries might not form perfectly competitive markets. 

Along with Jean-Jacques Laffont, a frequent partner who might have shared the prize had he not died in 2004, Mr Tirole developed a novel way of thinking about the difficulties regulators face managing such markets.Consider a telecoms firm which has already spent heavily to build a network. Other firms will be unlikely to invest in a second netw, as a price war between the two would make it hard to recoup the investment. Such a “natural monopoly” presents regulators with a problem. They do not want monopolists to gouge consumers and stifle innovation, yet they often struggle to determine the extent to which such things are happening.

The officials trying to tame the monopolists lack important information about their business: a phenomenon economists call “asymmetric information”. From the outside it is hard to see how much a service should cost or how much a firm should be investing in new products and equipment.One option for governments is to cap prices at some markup to a firm’s costs. But that takes away the incentive for firms to become more efficient. Another option is to impose a hard price cap. But then firms will tend to pocket gains in efficiency, instead of passing them on to consumers in the form of lower prices.

Messrs Tirole and Laffont realised this dilemma resembles a more familiar economic problem, that of agency, in which owners of assets struggle to set the right incentives for those who manage them. That prompted them to borrow ideas from other fields, such as auction design and game theory. The pair argued that rather than try to force firms into a single form of contract, regulators should give them a choice. Those without much room to cut costs would opt for cost-plus contracts, while more innovative firms would gravitate toward a set price. In either case, the choice would tell regulators what sort of firm they are dealing with, and thus allow them to negotiate the best deal for consumers. 

Mr Tirole, along with Mr Laffont and Xavier Freixas, also showed that the best possible solution is not always the one that leads to the lowest prices. public-spirited regulator dealing with a firm that has been good at cutting costs may be tempted to keep reducing the price the firm can charge, in the hope of wringing even bigger cost-reductions out of the business. But under those circumstances a rational firm will stop investing in cost-cutting measures at all, since the benefits will go not to it but to consumers, thanks to the steady ratcheting down of the price cap. A regulator’s best bet may actually be to signal its intent to be somewhat lenient over time, lest it choke off cost-saving innovation altogether. Mr Tirole’s work often illustrates how what looks like regulatory failure can in fact be a sensible response to markets that are hard to manage.

Mr Tirole’s work stretches well beyond the regulation of monopolies. He analysed how investment in new technology can be used to limit competition. “Overinvestment” may convince potential rivals that trying to compete is not worth the trouble, for instance. More recently he has written extensively on financial-market regulation. In a prescient paper published in 1996 with Jean-Charles Rochet, he noted that the interconnectedness of modern financial systems would make it impossible for governments to allow big banks to fail, and that banks, anticipating bail-outs, would behave recklessly. Regulation should be designed to counter this moral hazard, by, for instance, limiting leverage.


Competitive hedge

Yet his most relevant work may be his analysis of “platform” markets which serve several kinds of consumers. A newspaper, for instance, markets itself to both readers and advertisers. In such markets, behaviour that looks anticompetitive may not be: cut-price subscriptions may be necessary to attract the large audiences advertisers demand. A regulation that demanded higher prices for readers to make life easier for potential competitors might wreck the two sided market, and thereby leave everyone worse off. Big technology firms like Amazon and Google, which provide platforms to users of various kinds, increasingly find themselves fending off criticism in just these sorts of cases.

Arguments over “net neutrality” touch upon related issues. In markets in which the owner of a network sells access to that network to others, while also competing with them to provide services over the network to consumers, it can be difficult to identify unfair behaviour. Mr Tirole’s work suggests that network owners should be allowed to charge higher access prices to heavy users (such as film-streaming services) to cover the costs they impose on the infrastructure. Yet his research also suggests that the network owner can easily abuse such charges to boost its position in the consumer market. Although Mr Tirole provides no simple template for regulating such platforms, he clearly identifies the many trade-offs regulators face.

Managing competition is hard, in other words, and regulators in politicised industries will often struggle to get it right. In a field predisposed to oversimplification, Mr Tirole’s work has been a refreshing departure, as well as an indispensable policy guide.


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Economic Incentives, Self-Motivation, and Social Pressure 
by Jean Tirole

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